Se viene al mundo sin aviso
y sin aviso se nos lanza a caminar.
Se tiene miedo a muchas cosas,
pero se entiende que tampoco está tan mal.

Acto seguido, las palabras
que no se pueden ni borrar ni hacer carbón:
las que nos ponen dinamita
bajo los túneles de la imaginación.

Se empieza, claro que se empieza,
y luego un paso y otro más
porque no somos otra cosa
que una pregunta que se no sabe ver atrás.

Después queremos ser el mundo
y nos calzamos la guitarra y el arpón
cantamos todo al mismo tiempo
y somos pájaros en una exposición.

Y repetimos las palabras
que no se pueden ni borrar ni hacer carbón
que siguen siendo dinamita
bajo los túneles de la imaginación.

Se sueña, claro que se sueña
con ir al cielo y más allá
pero olvidamos que la nube
viaja adelante, pero viene desde atrás.

Y cuando al fin reconocemos
que decir mucho es parecido a no decir
la maravilla de lo simple
se nos revela como lluvia en el jardín.

Y los detalles se agigantan,
y lo minúsculo se vuelve bendición
y la palabra ya no explota
sino que cae como copo de algodón.

Somos la voz que ha ido y vuelto,
que lo da todo y vuelve a andar,
que va del cero al infinito
y que va al frente porque sabe ver atrás.