Un no-poema para la ciudad infierno

Goteras de memorias

Cincuenta y cuatro años después, la Calle del Stand, donde nací en una casita de madera alquilada, permanece en total abandono.

Basura, barro, alcantarillado roto, sin pavimentar ...
La diferencia es que el bordel de Tete parece haberse cerrado.

La inclemencia del sol sigue igual, quemando recuerdos y expulsando a los habitantes de la ciudad.

Jequié parece languidecer, sin sangre, con órganos vitales en descomposición, el pueblo arrastrando las últimas esperanzas a las puertas de las iglesias ...

Una ciudad-cementerio en la que los muertos recorren las calles, los difuntos se sientan frente a las casas a ver el movimiento.

Insistentes, algunos lunáticos se lanzan candidatos, otros acechan a un transeúnte distraído para tomar su celular.

La gente come piedra, descansa sobre brasas, sueña con un hoyo para enterrarse en la vida ...

Las carreteras fantasma que atraviesan el municipio transportan ilusiones para mantener las apariencias.

Los ríos podridos abastecen los mercados, donde los hilos de la desesperación todavía alimentan a los desprevenidos.

Los demonios expulsados ​​de los templos regresan todas las noches para garantizar el apoyo público y financiero, para drenar el último cobre y sostener la utopía.

Y yo huyo del destino, sin antes perder una pierna y un poco de lucidez. Y desde lejos en los años oigo el sonido de las goteras dentro de mi pecho de niño...