Alan es un niño kurdo que recién cumplió tres donde antes de caminar hay que aprender a correr. Mamá lo sacó de la cama otra vez. Salieron de Bodrum para no volver. Pocos meses antes habían dejado Kobane de la misma forma y por motivos similares, huyendo de las armas de extremistas musulmanes. Seguro que no entiende por qué no pueden quedarse. Quieren atraparte en otra parte desde que naciste, eterno emigrante. Viajan por la noche orientados por el levante. El hogar más cálido ha sido un cuarto menguante. La suerte servida. Con sus primeros pasos salió de Siria. Corrió a Turquía con su familia. Buscarán en Grecia una nueva vida. Frente al Mediterráneo con sus dos hijos, Alan de 3 y Galip de 5, quisieran cruzar el mar con un brinco, cualquier esperanza es un mejor sitio.


Que no hay banderas que no hay fronteras que sean más grandes que lo que sueñas. Aunque en esa tierra nadie te espera, tú hogar está en el lugar al que llegas.

Cualquier espacio es un faro de paz para quien no ha elegido separarse de casa. La tierra abraza, el hambre desplaza y la suerte de Alan viajará en una balsa. No son los primeros que se lanzan al mar. Hay pocas historias que han terminado mal. No eres de aquí, niño, no eres de allá. Vas sobre las huellas de Facundo Cabral. A veces las aguas son señoras caprichosas, pueden ser injustas con las almas que las cruzan, tragaron la barca, la dejaron en mil piezas y a sus tripulantes con la vida escurridiza. Los sueños encallan. Las que nadie ve son las más crueles murallas. Los actos de fe son las mejores batallas y uno muy profundo lo devolvió a la playa. Ese mal episodio resultó en la muerte y una fotografía de su cuerpecillo inerte pero allí no se detuvo ese pequeño kurdo porque después de la vida le dio to'a la vuelta al mundo.


Que no hay banderas que no hay fronteras que sean más grandes que lo que sueñas. Aunque en esa tierra nadie te espera, tú hogar está en el lugar al que llegas.