Isabel.
Eras mi prisa en Belén en las tardes de siesta,
yemita de nuez que se quiebra.
Una vez,
fuimos fuga en el norte del duende siestero
y un cuento de velos ardientes.
Y después,
por algún vendaval que la suerte no explica,
ciudades distantes en vela.
Y también,
veinte años de embrujo y ensueño;
y una ilusión que no durmió.

¡Isabel,
hoy, te vi!
Furor de mi tiempo de asombro,
que allá en Catamarca quedó.
Así se divierte el azar
aquí en Buenos Aires. ¿¡Lo ves!?
¡Isabel,
el azar...!

¡Venga ya!
Venga poeta a decir; venga y ruede la noria.
Resguarde del tiempo memoria
de este amor.
Haga un tango inmortal. ¡Isabel, yo te quiero!
Contursi me inspira este ruego,
su Grisel.
He aprendido a cantar y tocar mis anhelos.
Te brindo, mi amor, un concierto.
Isabel,
sos la fruta que alienta mis fuegos.
Esta ilusión, no morirá.

...Isabel,
aunque hoy
algún dios
me ofrezca refugio en tus brazos,
no voy a arriesgar la ilusión.
Renuncio a la oferta, Isabel;
serás para mí siempre igual:
como yo
te soñé.